El Yoscopio

La nota discordante

Complicidad

Posted by mikiencolor en 2 enero 2013

«¿Qué piensas?» te pregunto. En mi mente te muerdes el labio inferior, como tratando de contener una sonrisa traicionada al instante por las comisuras de tus labios. Sabiéndote delatada, te inclinas levemente sobre la mesa y tus mejillas se encienden. Yo también sonrío, cómplice de tu rubor, mientras aguardo la respuesta. «En cómo quedarías de adorable si te desnudara aquí mismo, y cómo estarías de rico si te comiera a besos.» Miro la mesa y suelto una risita, y oigo la tuya, cómplice de la mía. Noto una mano que se desliza sobre la mía. Se desliza lentamente, siguiéndole el brazo por detrás, recorriendo mi antebrazo, mi brazo. Volteo mi mano palma arriba y la cierro, agarrando aquel otro brazo. Me siento anclado. Levanto la vista despacio hasta mirarte a los ojos, que sonríen a los míos y analizan el alborozo que de ellos dimana. Cómplices de un deseo.

Dos personas se miran a los ojos y se acarician.«¿Eh?» exclamas, arrancándome del ensueño.

«¿En qué piensas?» insisto.

«¿Cómo que en qué pienso? ¿Ahora mismo?»

«Sí.»

«Ah, no sé. En nada.»

«Siempre se piensa en algo, por nimio que sea.»

«Pues, pensaba en ese cacho plástico con el que jugueteas entre los dedos.»

«Ah» digo, con tono de derrota. «Vale.» Miro la mesa, y se me esboza una sonrisa compungida. Dejo caer el plasticucho arrugado, que de pronto me parece un ser odioso.  Y tú también me sonríes, ajena.

Vuelve el silencio, y vuelvo a la tarea de comer. Pensaré en la comida. Una delicia. Para eso hemos venido aquí, después de todo, a comer. ¿No? Hay que aprovechar.

¡Aquel de ahí! ¡De la entrada! Madre mía, quien tuviera sus genes. Si no tiene ni que esforzarse para estar guapo, simplemente lo es. Seguro que se levanta por la mañana y no tiene ni que asearse, porque ya es un Adonis. No como yo, que me levanto más feo que Picio. A él no le desluce un triste envoltorio de plástico transparente, no, seguro que no.

No, no… piensa en otra cosa, maldita sea. Esto no lleva a ningún lado, ya sé que no. En el dinero, pensaré en el dinero. No da abasto. Nunca hay suficiente dinero. Y mientras algunos personajillos…

«¿Te has enterado de lo de Gérard Depardieu?» pregunto. Mi intento de reproducir el nombre en voz francesa resulta un sonoro e hispánico fracaso.

«No. ¿Qué le pasa?»

«Pues que se pira a Bélgica con su dinero, porque no quiere pagar los impuestos de Francia.»Tres viñetas de manos cuyas palmas se tocan, se empiezan a coger y finalmente se cogen.

«Qué asco.»

«Es que claro, como es rico puede hacer con su dinero lo que le venga en gana. Hasta aparcarlo en las Islas Caimán. Pero como se me ocurra a mí hacer lo mismo me enchironan por defraudar a Hacienda.»

¡Eso! Que pague el sinvergüenza de Gérard la total indiferencia que te inspiro, amante. ¡Que le zurzan! Yo aquí a un paso de la indigencia, ¡y él de vacaciones permanentes! Si yo tuviera su dinero podría pagarme la dermoestética. Entonces quizás–

«Luego piden ajustar el cinturón y sacrificarse» replicas tú, volviéndome a centrar. «No tienen ninguna credibilidad para pedir nada a nadie.»

«Desde luego, no pienso ver ninguno de sus bodrios» sentencio.

Ríes, ahora sí, cómplice.

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Experiencia masculina

Posted by mikiencolor en 2 julio 2012

En las jornadas bisexuales acudí curioso al taller de nuevas masculinidades, el primero de ese estilo al que he asistido. Me sentía escéptico con el concepto, pero algo más tranquilo por saber que era un encuentro entre bisexuales y, por lo tanto, no el típico taller en el que la experiencia masculina por excelencia es la de los hombres heterosexuales y su eterna preocupación por si abrirles o no abrirles las puertas a las mujeres en el que uno no se siente ni identificado ni partícipe ni hombre. Aquí, como mínimo, la experiencia de enfrentamiento con el machismo por ser identificados como maricones se aceptaría como natural y merecedor de algún análisis. Además, aquí estaban también compañeras, bien por curiosidad, o bien por masculinas. Como debía ser. Expresé en este taller el motivo de mi escepticismo.

Emo

La experiencia masculina de este chico emo será ‘igualica’ que la de Chuck Norris.

Por un lado no veo ningún movimiento de mujeres por nuevas feminidades. Que sepa yo el feminismo denuncia la feminidad obligatoria por opresiva. No entiendo por qué no se denuncia la masculinidad obligatoria por opresiva en lugar de afanarse en su reforma. ¿Acaso se pretende crear un papel de género para los hombres más agradable? ¿No es eso sexista? ¿Por qué se insiste en conservar el concepto de hombría y encarrilar a los varones? Por otro lado, se manejan dos conceptos distintos de masculinidad: uno descriptivo y otro prescriptivo. La masculinidad como género (un papel con unos comportamientos determinados, una forma de ser) es prescriptiva; la masculinidad como adjetivo de hombre (descriptivo de la experiencia de cualquier hombre) es descriptiva. Según la masculinidad prescriptiva, no es masculino que un hombre lleve falda. Pero según la masculinidad descriptiva, es masculino llevar falda cuando un hombre lo hace, pues todo lo que hace cualquier hombre siempre es masculino.

Dije que si las tan cacareadas nuevas masculinidades corresponden a lo primero – nuevos papeles de género – a mí no me interesan, ni tampoco entiendo por qué se consideraría tarea intrínseca de los hombres desarrollarlas. Supongo que a las mujeres masculinas les debería de interesar también desarrollar masculinidades inofensivas. A mí no me interesa porque los papeles de género no me interesan, y en todo caso siempre me han dicho que soy más bien femenino y no me sentiría capacitado para aportar nada auténtico. Además, mis prescripciones, cuando las hago, a la gente le suelen sonar a feminidades, al tener que ver con expresar vulnerabilidades, vínculos afectivos y cuestiones emocionales. Entonces se cuestiona enseguida la autenticidad de mi pertenencia al sexo al que digo pertenecer – el masculino. Nunca me siento ni me he sentido plenamente aceptado ‘como hombre’. Cuando articulo cómo creo que los hombres (y las mujeres) ‘deberían’ comportarse en mi mundo ideal a veces se me acusa de mentir y de ser realmente una mujer, otras se me identifica como ‘eunuco’. Mi madre insistía por activa y por pasiva que yo debía de ser una mujer transsexual, y por mucho que dijera yo que no me siento mujer (ni sabría decir en qué consiste eso), ella sí que lo tenía claro.

Pero, si de lo que se trata en realidad es de lo segundo: de entender masculinidades en el sentido adjetival, de comprender y analizar las diversas experiencias de ser hombre en esta sociedad, entonces eso sí que me interesaba hacerlo. Y mucho. En un proyecto así me podría sentir partícipe – si se llegara reconocer la autenticidad de mi experiencia. Pero si las masculinidades son experiencias diversas que ocurren a personas identificadas y/o que se identifican como hombres, tampoco veo esa diversidad reflejada en la práctica de las nuevas masculinidades que parten siempre de una experiencia masculina única: la del macho alfa heterosexual que se encuentra con la horma de su zapato cuando echa novia feminista e intenta ‘desaprender’, en la medida de lo posible, sus muchos hábitos masculinos opresivos de los que es, por supuesto, inconsciente. Corresponde al hombre heterosexual tipo, el que teóricamente tendríamos que ser todos. Y no somos. Así, si un hombre se levanta y afirma lo típico sobre su masculinidad, por ejemplo: que ni se le había ocurrido en la vida que las mujeres sintieran miedo a la violación o a la violencia en situaciones cotidianas, se supone que todos debemos asentir entusiastas y recitar con él, de acuerdo al dogma establecido, a mí tampoco, hasta que descubrí el feminismo, no se me ocurrió que pasaba eso. Aunque eso sea mentira. Porque no hacerlo sería hacerle un feo al pobre, que se nos sincera y se autoacepta como opresor; sería quizás insinuar una jerarquía moral en la que algunos hombres son más oprimidos que otros, o en la que algunos nos sentimos oprimidos por otros dentro del grupo. Incluso podría insinuar – diosa no lo quiera – que los hombres del grupo deberían emplear la empatía y la ética cuidadora con otros hombres del grupo, y no solamente con La Mujer. Así que, a callar. Aunque algunos hayamos sobrevivido a situaciones de abuso extremo y sea de lo más absurdo y surrealista para nosotros ‘confesar’ algo que nunca va a ser cierto, que no conocemos el miedo a la violación o a la violencia. Aunque sepamos muy bien que éramos conscientes de ese peligro y miedo cotidianos mucho antes de encontrarnos con los discursos feministas. Aunque esa experiencia, y ese dogma, que pretende aplicársenos, no se corresponda a nuestra realidad masculina. A callar, que si hablamos desentonamos.

Hablo, entonces, de dos acepciones muy distintas de masculinidades. Presuponer que la construcción de la masculinidad como género es intrínsecamente una tarea de hombres desmiente el pretendido igualitarismo de quien lo afirma. Es, francamente, sexista. Presuponer, por otra parte, que los hombres, por serlo, o por compartir una serie de privilegios sexuales en consecuencia, debemos compartir también todos una misma experiencia masculina y todos los mismos privilegios y las mismas circunstancias es también, francamente, sexista e irreal. Es entender que la experiencia vital de un nenaza que lleva toda la vida identificado como nenaza, de complexión frágil y vulnerable, blanco frecuente para el depredador de turno, es plenamente homologable a la de un heterosexual grande y musculoso que con su mera presencia impone y no conoce el miedo a la violencia en su vida cotidiana. Y si no, que el nenaza se calle, que aquí por delante va una teoría leñe. Esta es una interpretación doctrinaria de la teoría feminista que sustituye la búsqueda sincera de la realidad mediante el conocimiento orgánico de las distintas experiencias y narrativas, el hablar y conocer, por el aprendizaje a rajatabla de un dogma político que coloca ya a cada cual en su sitio, sin que nadie tenga que escuchar, ni reflexionar, ni cuestionarse, ni empatizar con una perspectiva diferente pero no por ello menos válida y real, sino solo tomar postura y recitar de carrerilla, y acallar las voces discordantes que pudieran amenazar la integridad de la teoría.

Sissy boy

El estadounidense Kirk Murphy fue torturado y castigado de manera sistemática durante su niñez por ser considerado ‘demasiado femenino’. También una experiencia masculina.

Dije en el taller que yo no siento ni identidad ni afinidad masculinas. No me siento masculino, ni me siento hombre, ni me siento macho. No sé cómo sería sentir eso. De hecho, en mi vida se me ha cuestionado tanto que yo pueda ser hombre y sentir lo que siento que en ocasiones yo mismo lo dudo, y me pregunto si no tendrán razón y no seré otra cosa. No tengo ninguna sensación arraigada de identificación de género. He detestado y rechazado de plano la hombría, la caballerosidad y demás parafernalia masculina abiertamente desde la más temprana edad, pues me parecía degradante, opresiva y violenta. No la asumo ni la acepto, ni lo haré nunca. Siempre la he sentido como una imposición extraña, inauténtica y ajena a mi voluntad y siempre la he visto como tal, me he resistido, y siempre me han castigado por ello, por vía física y vía verbal, por secuestro y por exclusión. Esa es mi experiencia masculina. Pero a pesar de tanta alienación, alguna tenue identificación con la masculinidad puedo sentir. Sí puedo entenderme como hombre en el sentido político de sujeto masculino y aceptar la masculinidad como categoría política en la que encajarían mis experiencias porque en la mayoría de ocasiones (aunque no siempre, en mi caso) soy leído como hombre, y por lo tanto supongo que recibo el trato político de un hombre en la sociedad de sexos. Esto es la masculinidad como mero adjetivo. Si se acepta que la masculinidad es así de amplia, y se me quiere en el espacio con ese criterio amplio sobre lo que es masculino, entonces sí: quiero participar. Así y todo, y como advertí en el taller, yo no tengo una experiencia masculina típica, la experiencia en la que la gente piensa cuando habla de los hombres y lo que hacen, lo que les pasa, lo que sienten, lo que piensan, lo que viven. Yo tengo una experiencia masculina marginal. Lo sé porque cuando la articulo, rara vez ningún otro hombre se siente identificado con mi experiencia de la vida. Me miran con caras de extrañeza, y faltos de entendimiento. En algunos casos mi experiencia se solapa con experiencias que normalmente se considerarían femeninas en cuanto a género. Y creo que uno de esos casos es mi larga historia de acosos sexuales.

Hoy me he encontrado de nuevo con esa marginalidad que ni sé explicar muy bien ni entiendo muy bien por qué ocurre. Solo sé que es mi experiencia y que cuando me ocurre, me siento, aparte de vulnerable, solo e invisible, confuso, porque no se habla de que ocurra esto ni se explica por qué y sin embargo me pasa.

Vivo en un bajo. Hay un hombre inquietante que hace unos meses se pasó por mi piso y llamó a la puerta. Explicó que buscaba un bajo en alquiler para una persona discapacitada y que llevaba mucho tiempo buscando. Le dije que mi piso no estaba en el alquiler. Me pregunta si sé de otros bajos por la zona que sí estén en alquiler; le digo que no, pero tampoco me he fijado. Igual si busca, encuentra. Veo que el tipo es rarillo. No quiere marcharse. Se enquista en mi portal, pasa el tiempo, se repite, sigue insistiendo en su historia. Me pregunta donde vive el presidente de la comunidad y, viendo mi escapatoria, le digo donde vive y le aconsejo que hable con él, que seguramente él sí que sabría si hay bajos en alquiler. Buenas noches y buena suerte.

Hoy este hombre ha vuelto y de nuevo ha empezado a comerme la oreja con lo mismo. Hoy llevaba camiseta de la Roja – qué menos. Buscaba un bajo en alquiler para una persona discapacitada. A mí me suena razonable. Le vuelvo a decir que no sé dónde podría encontrarlo. No se quiere marchar. Me pregunta si me ha dejado el teléfono, por si el piso se pone en alquiler. Venga, va. Apunto su teléfono. Me mira las uñas, que las tengo pintadas. «Qué bonitas tienes las uñas.» Río, algo nervioso. «Ahhh, gracias.» Empieza a ponerse ‘coqueto-asquerosillo’ – por llamarlo de alguna forma. Qué grima. Me pregunta de qué trabajo. «Traductor.» «Ah traductor, mira, yo también ofrezco servicios informáticos…» empieza, y acaba intentando venderme un MacBook, después un iPad, y después una línea de maquillaje. Está claramente chalado, de eso ya no me cabe duda. ¿Cómo hago para que se vaya? Me pregunta si vivo solo. «Ehh… bueno, ahora mismo sí, pero no por mucho tiempo.» Me pregunta si tengo esposa. «¡Sí! Tengo esposa.» respondo esperanzado. Ni modo. El dato no lo disuade. Quiero que se vaya, pero no enfadado. Sabe donde vivo, está loco, y no quiero que me coja manía. Me informa que a mi esposa le podrían gustar los productos cosméticos que vende. «Ehh sí, claro… ya le diré algo.» Me pide un vaso de agua; se lo doy. Le deseo suerte. «Suerte.» Suerte quiere decir que te vayas ya. ¡Vete ya! No se quiere marchar. Veo que empieza a desnudarme con los ojos. Mientras cierro la puerta oigo, «Ayyy ¡qué jovencísimo! Qué joven. Guaaapo.» Aspira y le oigo lamerse los labios de forma muy desagradable. Cierro.

Ni 10 segundos pasan y sin que pueda empezar a recuperarme del disgusto, vuelve campante. Otra vez. Lleva mucho tiempo buscando un bajo por todos lados. Que si sé dónde vive el presidente. ¡Ah sí! ¡Sí! ¡El presidente! Sé dónde vive. Se lo vuelvo a decir y le vuelvo a aconsejar que hable con él sobre los bajos. No se quiere marchar. Me vuelve a lanzar esa mirada grimosa y esa sonrisa espeluznante. «Bueno», le digo «mucha suerte. Adiós.» «Si me dejaras, ¡no sabes lo que te haría!» Me quedo helado. Otra vez esa risa tonta y nerviosa. ¿Por qué siempre me sale la risa tonta? Fijo que le anima a seguir mi risa tonta. «¿Me dejas?» «No.» Cierro. Un «vale» es lo último que escucho.

Ahora tengo miedo de salir de casa por si está él por ahí rondando. Me pregunto si se va a obsesionar conmigo. Si va a volver más. Si tenía que haberle cortado antes el rollo. Que por qué le sigo tanto el rollo. Que por qué no soy asertivo. ¿Y si hubiera entrado en el piso? ¿Y si me intentara forzar? ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer? ¿De verdad el tipo decidió que me quería follar por mis uñas bonitas? ¿Es posible eso? ¿Hace esto en todos los bajos, o se fija en mí y me lleva observando y acosando sin que yo sea consciente? ¿Por qué hay estos miembros de mi sexo que son así cuando yo no he sentido nada nunca que me dé una pista que explique ese comportamiento? ¿Realmente somos iguales porque seamos anatómicamente parecidos?  Sí, la suya es una experiencia masculina. Pero la mía también. Esta también es una experiencia masculina. Es mi experiencia masculina. ¿De verdad somos exactamente la misma cosa? ¿Solo la cultura nos hace distintos? ¿No podría ser que aun siendo anatómicamente parecidos, fuéramos tan biológicamente distintos como se suele presuponer que son las mujeres de los hombres? ¿Y si hay categorías biológicas invisibles? ¿Cerebros distintos que generen mentalidades distintas que pueblen cuerpos independientemente de su cultura, sus hormonas o su anatomía, y al no asociarse a características visibles no somos conscientes de su existencia? ¿Entonces qué? ¿Como vamos a ser él y yo lo mismo? ¿Estos son pensamientos masculinos? ¿Estas son preocupaciones masculinas? Sí.

¿Masculino me describe o me prescribe? Para mí es descriptivo; cualquier experiencia de cualquier hombre se puede describir como masculina, y eso convierte mis preocupaciones en preocupaciones masculinas en tanto que yo sea hombre. Eso sí, igual pueden pertenecer a una masculinidad muy rara y muy marginal. O igual no soy hombre. O igual hay grupos de hombres tan distintos que tendríamos que pertenecer a categorías distintas. Igual algo de razón tienen los que me identifican como eunuco porque, «ningún hombre sentiría ni pensaría ni diría eso».

¿Qué explicación tiene todo esto? ¿No está asentado y aceptado que cosas como esta no deberían pasarme a mí por ser hombre y disfrutar de determinados privilegios masculinos universales? Pues me pasan. Hay experiencias que las grandes teorías no abordan. Esta solo la más reciente de muchas anécdotas que tengo de este estilo, algunas auténticas películas de terror. Lo siento. Siento de veras fastidiaros las teorías perfectas y las masculinidades y feminidades. Es que debo de llevar pintado en la frente en tinta invisible: A POR MÍ, MACHOTES. ACOSADME. Pero me pasan. Son parte de mi experiencia de mí mismo, de mi formación, de mi historia y de . Yo sé que existo. Así que, por favor, enmendad vuestras teorías, no mi experiencia vital.

Si yo soy hombre entonces esta es una experiencia masculina. Solo que en los grupos feministas no interesa, porque no soy mujer, y me la tengo que callar. Y en los grupos de nuevas masculinidades no interesa, porque es una experiencia que consideran femenina, y me la tengo que callar. No. Estoy harto de callarme y harto de sentir que no tengo sitio y que molesto por existir.

Una cosa sí está clara: ya no vuelvo a abrirle la puerta a nadie que no conozca.

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Falocentrismo e invisibilidad bisexual

Posted by mikiencolor en 1 julio 2012

Esta entrada es a raíz de este vídeo que publicó un compañero en el grupo STOP Bifobia:

Se trata de la visión que da el conocido humorista sevillano Manu Sánchez en su programa de Canal Sur sobre una carta en la que un chico explica que él y otro chico estaban teniendo sexo con una chica, que la chica se corrió y eyaculó sobre ellos y se quedó bastante ‘satisfecha’, que ellos estaban aún excitados así que se arriman y tienen sexo entre ellos hasta correrse también. Ahora se preguntan, y preguntan a Manu, y preguntan al mundo: «¿Esto significa que somos gays?».

Cuatrieja de tres hombres y una mujer

La de en medio ahora se pregunta, «¿esto significa que soy un hombre gay?»

Con lo tierna y atractiva que me resulta la situación que describen: le comen el coño, eyacula ella y se corre hasta hartarse y ellos, pobrecitos, se arriman con el calentón aún encima. Suena divino. Me pone. ¿Y todo eso para sentir vergüenza y remordimientos después? ¡Qué lástima! Qué manera de estropear una experiencia bonita con una ideología estúpida. Evidentemente se hace cachondeo con el tema, y el cachondeo es divertido. Yo, al menos, reí. Pensad que eran unos clítoris muy grandes, y tal. Está claro que en una parte no despreciable de la población masculina española, la homofobia se empieza a desvanecer. No es de extrañar que los neomachistas monten en cólera y les cunda el pánico. Esto tira. Pero me ha resultado interesante porque en el trasfondo del cachondeo he visto premisas serias que aún no se cuestionan, y quiero hablar de ellas.

Es muy fácil recibir el carné de gay si eres chico. Tocas una polla, y ya. Eres gay. Para siempre. Fue el carné de identidad más fácil que conseguí en mi vida. A mí, la verdad sea dicha, ni siquiera me hizo falta tocar una polla. Ya antes de tocar ninguna, simplemente afirmé que no me importaría tocar una. Y ya. Me dieron el carné en el acto. No hizo falta nada más. Desde entonces, fui ‘gay’. Desde ese mismo momento nadie me disputó nunca que yo pudiera ser gay. De quererlo ser, puedo. Y aunque no lo sea, lo soy. Que sea bisexual, eso sí que me lo disputan. Pero si quisiera ser gay definitivamente – y con la de chicas con las que me he enrollado y coños que he tocado – no tendría que hacer más que comunicarlo a la Junta Directiva Monosexual. «Miren, de bisexual nada. Soy gay.» Y ya. Uno más. Me volvería gay. Mi identidad estaría blindada con teflón.

Nunca podré ser heterosexual – y no es que quiera, pero aunque quisiera, no podría. Me he liado con chicos, y eso me inhabilita. Me he comido una polla. Se corrió sobre mi cara. Me corrí con él. Y lo disfruté muchísimo. Eso me inhabilita para ser heterosexual. Los hombres heterosexuales no quieren saber nada de mí. Las mujeres heterosexuales tampoco.  (Generalizo, cariño. Tú no. Tú, ya sé que eres distintx). Pero que me haya comido un coño o cien o mil da igual. No inhabilita para ser gay. Si solicito el carné de heterosexual me devuelven la solicitud con el sello: DENEGADO, POR COMEPOLLAS. Pero aunque se hayan corrido un solo coño o mil coños o cien mil coños sobre mi cara y yo lo haya disfrutado, yo siempre seré apto para pedir el carné de gay. Y de hecho, lo recibo ya, y pone: GAY, MIEMBRO DE PLENO DERECHO. POR COMEPOLLAS. Y OTRAS MIL COSAS. Y tengo que devolverlo constantemente y solicitar por pedido especial el bisexual y todo para que enseguida me devuelvan el gay con una carta amable y educada: «Sr. Gay: Dado que no sería razonable imprimir carnés nuevos ya que ello nos supondría reconocer la validez de una identidad etiquetable y por lo tanto alienante a nuestros miembros que se etiquetan como queers, validar una visión binaria del sexo-género con la cual los homosexuales, como nuestro mismo nombre indica, no comulgamos, rebasar el límite de caracteres ASCII impuesto por la escasez de memoria de nuestra base de datos y un incumplimiento de los Protocolos de Kioto de los tipificados como graves, y seguros de que usted estará de acuerdo en que la protección del Amazonas es un asunto de primerísima importancia, nos complace rogar se considere usted y su «bisexualidad» plenamente cubierto, incluido e integrado ya en la comunidad gay por virtud de la presente. De nada, querido.»

Feminismo bisexual

Feminismo bisexual, ¡cuánta falta haces!

La identidad de varón gay es sumamente fácil de ganar y puedes estar tranquilo cuando te la has ganado: nadie te la va a quitar nunca una vez concedida, hagas lo que hagas. Si no, pregunta a Rajoy. Como mucho, puedes ser un gay armarizado o reprimido. Pero gay quedas. Soy consciente de que un hombre bisexual para mucha gente, aunque admitan nuestra existencia técnica (y muchísimas personas ni admiten nuestra existencia técnica), es simplemente otro sabor de gay, pues lo determinante de nosotros, al parecer, es que tocamos pollas.

Las mujeres bisexuales, en cambio, también eternas sospechosas, reciben un hostigamiento en el que se duda de la autenticidad de su atracción hacia las mujeres; es decir, al contrario que nosotros, son sospechosas, no tanto de ser lesbianas secretas, sino más bien de ser heterosexuales encubiertas. Las cartas que reciben de la Junta no son ni la mitad de educadas que las nuestras. Ni apelan amablemente a su sentido de la responsabilidad medioambiental ni hacen mención a la protección del Amazonas, ni ninguna de esas benditas mariconadas que los gays nos prodigan. A menudo son más bien textos escuetos que se dirigen a ellas como ‘putas’ y las mandan directamente a la mierda.

En todo caso lo determinante, también para ellas, entonces, es que tocan pollas. Lo demás carece de importancia. El movimiento separatista lésbico anglosajón ha desarrollado una explicación muy sencilla y elegante para explicar por qué esto es así, que articulan de la siguiente manera: «Dick contaminates. [La polla contamina].» Dado que esta definición excluye a la mayoría de lesbianas, levanta ampollas y genera conflicto hasta dentro del propio separatismo. El enconado conflicto entre las bolleras puras, las que siempre han sido lesbianas y nunca han tenido contacto sexual con un hombre, conocidas en inglés como always-lesbians o gold-star, y las ‘contaminadas‘, conocidas como ex-heterosexuals, atestigua la importancia de la cuestión de la contaminación dentro del ámbito separatista.  Explica una bloguera separatista:

Glad to have some support for the controvercial belief that dick is about contamination. But I went further and said women who had sex with men were contaminated and I would never have sex with them. [Me alegro de contar con algún respaldo en la controvertida creencia que la polla es contaminante. Pero fui más allá y dije que las mujeres que tienen sexo con hombres están contaminadas y yo nunca tendría sexo con ellas.]

Esta misma filosofía es seguida también en el mundo de los hombres heterosexuales – del cual parece que origina. La gente heterosexual también tiene un nombre especial por el que llaman a las mujeres no contaminadas por «la polla»: vírgenes, sinónimo de puras, «sin estropear» o «sin utilizar». A las contaminadas se las conoce como «putas», y a los contaminados por la polla también se nos conoce como «putos» o «putas», aunque en Europa se prefiere «maricón». Eso no es casualidad; es así por diseño.

Beso en la polla

Método 1 de determinar la sexualidad: ¿Ud. toca o no toca pollas? Si las toca, es tocapollas. Si no las toca, es notocapollas. Fácil.

Ante tal delirante panorama, me parece difícil negar que en la cultura machista – de la que bebemos todas – la sexualidad de todas las personas se determina en función de su relación con la polla y se niega por completo la entidad y relevancia sexual de las mujeres. Por lo tanto, creo que todas las categorías sexuales consideradas como más importantes y más relevantes en la actualidad son falocéntricas.

La división entre sexualidad romántica y arromántica, afectividad sexual y asexual así como la invisibilizada identidad lésbica, no se consideran importantes ni relevantes porque no está la polla de por medio. En cambio, la división entre activos y pasivos no solo es muy conocida fuera de la comunidad gay sino que, además, de repente, la gente sabe idiomas. Te la puede recitar en inglés (top y bottom) y hasta en japonés (seme y uke). Se ve que les importa mucho. Qué menos. Tiene que ver con la polla, aquello que, por lo visto, confiere gravedad a las cosas y cuyo pozo gravitatorio es tan potente que incluso hay lesbianismos supuestamente separatistas que, de manera surrealista y paradójica, trazan fielmente su propia órbita en torno a la polla, ¡’separatismos’ en los que nada menos que la polla determina si eres o no … lesbiana!

He comprobado, incrédulo, que muchas personas parecen incapaces tan siquiera de hablar o de concebir de sexo entre chicos sin «activos» y «pasivos». Llegan a comprender aquello de «versátil» – eso es que cambias de rol según te plazca. Pero ya. Que no exista el rol no se concibe ni se admite. Creo que esto se debe a los valores absolutos que se atribuyen al pene en la ideología machista predominante, de los que he hablado ya en una entrada anterior. Yo puedo afirmar por mi parte que no he sido nunca ni activo ni pasivo en mis relaciones sexuales con chicos, ni me interesa jugar a serlo. Del mismo modo que hay personas que afirman, con toda sinceridad, «No puedo imaginar cómo dos mujeres podrían tener sexo sin un pene», las hay que afirman, por la misma regla de tres, «No puedo imaginar cómo dos hombres podrían tener sexo con sus penes sin un dominante y un sumiso. Uno conserva su masculinidad y otro la pierde.» Las dos afirmaciones parten de la misma base. Con un coño, nada ocurre. Solo ocurre algo con la polla.

La sociedad no ve tantos matices como vemos las LGTBIA. Ve hombres «maricas» o «no maricas» y mujeres que «se dejan» y otras que «no se dejan». No va más allá. Estos dos se han tocado la polla, así que ya. «¿Somos gays?» Claro. ¿Qué más?

Dentro de lo que cabe, creo que Manu se porta bien. Viene a decir – al margen del inevitable cachondeo propio de los programas humorísticos – que no, no necesariamente. Pero si fuera así, ¿qué más da? Gays y felices. Que es una respuesta, a primera vista, sensata. La única sensata. Pero ni Manu ni la colaboradora se zafan del falocentrismo que motiva la pregunta original y la invisibilidad bisexual que acarrea. A ninguna se le ocurre preguntar lo que para las bisexuales es una pregunta tan obvia ante la situación que nos resulta increíble que nadie la haga: «¿Y si son bisexuales?».

Vamos a ver si esto tiene sentido. «Comimos un coño. La chica se nos corrió encima, y nosotros, tan contentos que estábamos, que nos tocamos las pollas y nos corrimos también. Después, de inmediato se nos ocurre la siguiente pregunta: ¿Somos gays?». Solo una cultura falocéntrica hasta el infinito permitiría esta sucesión ‘lógica’ de pensamientos. Si no se es falocéntrica lo primero que invita a pensar es que son bisexuales; pero claro, como un coño no ‘vale’ ni ‘cuenta’ para nada, ¿cómo iba a determinar la sexualidad de nadie su relación con los coños y no con las pollas? Vemos así como el machismo incide en la bifobia.

Abrazo de una trieja

Método 2 de determinar la sexualidad: ¿Siente Ud. afecto por una persona con polla? Si es así, es tocapollas. Si no es así, es notocapollas.

Ahora bien, no deja de ser también curioso que para Manu y la colaboradora la homosexualidad, propiamente, no basta para merecer la identificación homosexual (la bisexual siendo ignorada por completo), sino que hace falta, además, homoafectividad. Dicen que, a no ser que los chicos se manden mensajes de texto donde se digan ‘te quiero cariño’, no son gays – aunque luego aseveran que, de ser este el caso, y de ser ellos gays, tampoco sería nada malo (vemos que es un falocentrismo gay-friendly, moderno y avanzado, sí).

Hasta esta forma de determinar la sexualidad inclusiva de la afectividad centra únicamente la relación que tienen los chicos entre sí. Para el caso de que sean gays, es por el afecto que sienten entre ellos; para el caso de que sean heterosexuales, es porque no hay afecto entre ellos. Nadie se pregunta por el afecto que puedan sentir o no sentir por la chica, ni afirma que esos sentimientos puedan ser determinantes de su sexualidad. La chica en este trío está, en todo el análisis que hacen en el programa, totalmente invisible, notoriamente ausente. Es como si fuera irrelevante, como si ella diera igual, como si, por ser mujer, careciera de gravedad y entidad y por lo tanto fuera incapaz de determinar la sexualidad de los chicos o siquiera la suya propia. Es como si, para determinar la sexualidad de cualquier persona, fuera tanto imprescindible como suficiente saber su relación o falta de relación con quienes tienen polla.

Son los chicos, y la relación que se tiene con los chicos, lo que determina la sexualidad propiamente dicha, independientemente del criterio utilizado. Bien sea porque quien toca una polla es hombre gay o mujer hetero para siempre, porque la polla contamina; bien sea porque el vínculo afectivo entre los chicos los haría gays o porque al no haber vínculo afectivo entre ellos serían heterosexuales. El contacto con el coño no importa, ni deja huella, ni tiene gravedad. El contacto con el intelecto o el mundo interior de la chica no importa, ni deja huella, ni tiene gravedad. El vínculo afectivo que se pueda sentir o no por ella no importa, ni es relevante ni determinante de la sexualidad de nadie. Queda invisible todo eso. Solo tienen entidad los machos. Por lo tanto, cualquier relación existente con la chica en este trío queda invisible y la bisexualidad, necesariamente y en consecuencia directa, queda también invisible. Así, la bisexualidad queda irrelevante en tanto que depende, para existir y cobrar validez, del reconocimiento de la entidad de las mujeres. Yo sospecho que con la invisibilidad lésbica pasa algo muy similar.

La chica de este trío es la gran ausente en toda la conversación sobre lo que debe o no debe considerarse determinante de la sexualidad de los chicos y es por ello, y no por otra cosa, que la bisexualidad es también la gran ausente. Es un falocentrismo que lleva a invisibilidad bisexual.

Parece que dan por hecho que todos los chicos somos potencialmente bisexuales en un momento de calentón, pero no necesariamente bi-afectivos. Hace unos meses en la radio madrileña escuché algo parecido. Curioso. Juraría que para las chicas el estereotipo es el contrario – que todas son potencialmente bi-afectivas sin ser necesariamente por ello bisexuales.

Definitivamente: ¡con el género hemos topado!

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Erotismo y sexo igualitarios

Posted by mikiencolor en 20 enero 2012

Esta entrada la escribí a modo de reflexión acerca de esta otra, que versa sobre Andrea Dworkin y la pornografía: http://basta-ya-de-violencia-patriarcal.blogspot.com/2011/09/la-pornografia-importa-andrea-dworkin.html . Las personas que me conocen saben que Dworkin es de las filósofas (y filósofos) con las que más comulgo.

La pornografía no es sino el fiel reflejo de la cultura sexual machista de la sociedad en la que vivimos. Es el depositario de la ideología del machismo en su vertiente erótica, y se alimenta de la cultura a la que se dirige. No existe en un vacío; es parte de la cultura de la que parte, y a la que vuelve. No sólo educa a la sociedad, sino que bebe de ella. Son los mismos que dicen «putas todas» y «te meto dos hostias, chaval», está todo vinculado. A menudo se propone como solución definitiva que no nos eduquemos en pornografía. ¿Cómo podemos no educarnos en pornografía si es lo único que hay, y el fiel reflejo del único modelo erótico que se ofrece?Una trieja de dos chicos acurrucados al fondo y una chica al frente, con las manos de los chicos descansando sobre el pecho y cuello de la chica, las tres dormidas.

En el blog enlazado hay un cartel que dice (al omnipresente hombre hetero) «Cuando maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre». Se entiende que ser hombre es lo mejor de lo mejor, y que lo más despreciable es no serlo. Se pretende utilizar la propia ansiedad misógina de los machotes precisamente para cambiar su comportamiento misógino. Se pretende convencerles de que nunca deberían pegar a una mujer – porque al hacerlo se iban a convertir en lo que más desprecian del mundo – ¡en mujeres! En unos afeminados. Es decir, que el acto los «rebajaría» al mismo nivel de la mujer a la que pegan y, en consecuencia, los hombres de verdad deben dirigir su agresión únicamente hacia otros machos, lo cual tendría el efecto de demostrar su virilidad. Un macho, hemos de creer (un hombre de verdad), no pega a una mujer, no porque pegar sea malo en principio, sino porque las mujeres son débiles y el macho es fuerte, y por lo tanto el macho no se mide con mujeres, sus inferiores, sino con otros machos que son siempre sus iguales y semejantes (aunque sean más débiles que él – da igual). Que un macho violente a una mujer carece de mérito, no porque sea inmoral la agresión, sino por la inferioridad de la mujer respecto al macho; en cambio, si un macho violenta a otro macho, siempre tiene mérito y se convierte en un acto moral por dirigirse a un igual, aunque en realidad la víctima sea menuda, porque aunque esté en inferioridad de condiciones, no es un «inferior». Se ve que la determinación de inferioridad en este caso no viene dada por la vulnerabilidad o la imposibilidad de defenderse (que no protegen al macho débil), sino únicamente por sexo. Así es como se rebaja el maltratador si maltrata a una mujer, y «deja de ser hombre». Es una campaña, en resumen, que no sólo no repudia la violencia en principio, sino que además da por hecho la legitimidad moral de la misoginia.

Dos personas de sexo ambiguo, posiblemente masculino por su pecho plano, se abrazan y se besan sentadas una delante de la otra en una cama. Una se sienta sobre sus piernas y la otra abraza con las suyas a la primera.¿Esto es coherente con los valores igualitarios? Es un oxímoron pretender luchar contra la violencia machista con arreglo a los valores machistas. Es un proyecto condenado a fracasar por sus propias contradicciones y, si me apuras, es una campaña misógina, reaccionaria, heterosexista y retorcida. Lo menciono porque esta cultura misógina – de la que esta campaña depende y que en este caso se reproduce nada menos que en un entorno radicalfeminista – no es distinta a la cultura misógina que se expresa a través de la heteropornografía criticada en el blog. Son la misma cultura.

Si queremos abolirla, tenemos que tomar una decisión muy dura y que nos generará mucha enemistad y resistencia: la de renegar de la figura del machote y de la hombría (y la «cultura masculina») por completo y hacer una cultura igualitaria juntas, entre todas, que sirva como nuestra cultura base y común, con independencia de nuestro género, preferencia sexual, etnia u otras identidades. La cultura del macherío debería desaparecer. ¿Estamos dispuestas a esta desmachificación? Lo pregunto porque conllevaría, entre otras cosas, una reforma tan profunda del erotismo que quedaría irreconocible. Tendríamos que sincerarnos todas con nuestros propios deseos y motivaciones.

El modelo erótico-sexual existente se basa en la subjetividad masculina – es decir, cuando se dice «sexo», se refiere al sujeto masculino, y específicamente a que un pene entre en un orificio, y las mujeres se construyen y constituyen en función del deseo subjetivo de este omnipresente sujeto masculino, el Gran Hermano. Además, se entiende, de acuerdo con el modelo sexual predominante – el machista – que los genitales masculinos son intrínsecamente degradantes y que el contacto con un pene de por sí es degradante, que la eyaculación de por sí degrada a cualquier persona que entre en contacto con ella y, en definitiva, que el contacto erótico con el pene desvirtúa a la persona contactada. Esta es la base y el fundamento de la arraigada homofobia masculina. Los hombres heterosexuales temen ser desvirtuados, «amariconados», «afeminados», es decir, rebajados a la casta femenina, al estatus que, según creen, debe estar reservado, por derecho, a la clase de las mujeres. Las mujeres han sido objetos de deseo para los hombres heterosexuales, sin reconocimiento ni de una subjetividad ni de una humanidad propias. La propia concepción de la sexualidad femenina en esta cultura es de reconciliarse con el ser utilizada y sometida en el acto sexual, pues el mismo acto sexual se define así por antonomasia. Así, en la medida en que la cultura plantea, hoy en día, la subjetividad femenina, ésta se concibe, normalmente, como un deseo subjetivo de quererse someter.  La pornografía refleja fielmente todo ello.

Y ¿qué de la concepción del deseo masculino? Si aceptamos que los hombres heterosexuales entienden que sus propios genitales desvirtúan y degradan a las personas a través del mero contacto con ellos o tan siquiera con su mera presencia – y sabemos que lo entienden, salvo honrosas excepciones, por su galopante homofobia, su terror a que otro tío los toque, a que se vean «maricones», por el significado que tiene «follarse» a alguien, y un largo etcétera que demuestra que lo comprenden – entonces la pregunta es, ¿cómo pueden ser felices? ¿No debería sentarles fatal que el significado de su deseo pasional, de su erotismo, y hasta de sus cuerpos, sea finalmente para sus supuestas ‘amadas’  su humillación, degradación, estigmatización y sometimiento? ¿No debería destrozarles la autoestima? Tendrían que tener pánico al sexo, no entusiasmo. No es para menos, si lo que significa la exDos chicos se abrazan y se acarician de pie bajo el chorro de una ducha y cruzan sus penes erectos mientras se miran con una mezcla de ternura y excitación.presión sexual de una persona de anatomía biológicamente masculina es lo que se enseña en la pornografía: destrozar física- y moralmente al amante o la amante, es para sentir horror y vergüenza. Y algunos, en efecto, lo vivimos así.

Pero la inmensa mayoría de los varones no siente nada de eso – al contrario, tiene una autoestima sexual a prueba de bombas que contrasta de forma totalmente surrealista con el asco e inquietud que suelen provocar tanto a otros hombres heterosexuales como a las mujeres, y hasta a las mujeres heterosexuales, que por lógica tendrían que ser las más atraídas y a las que sin embargo, según insisten los mismísimos machistas, normalmente deben compensar de algún modo por aguantar el profundo disgusto de su «compañía». Son también degradados, como depredadores. Y sin embargo, paradójicamente, su autoestima sigue tan pancha, como si no se dieran ni cuenta, o no les importara. ¿Cómo es posible?

¿Cómo puede mantener una persona su autoestima sexual cuando el efecto de su sexualidad es el de provocar temor, miedo, repulsión y asco? Sólo se me ocurre una forma: haciéndose sádica, pues el sádico deleita con el sufrimiento ajeno que provoca, y le hace sentirse mejor. Sólo un sádico sentiría orgullo y satisfacción por generar temor y asco. A cualquier otra persona le horroriza y deprime. Y ser hombre en esta sociedad es, o ser sádico, o deprimirse. Creo que es así.

Tenemos así una cultura tuneada meticulosamente para generar hombres sádicos, que celebran su asquerosidad y el miedo que infunden, pues les acompaña una cultura entera que celebra lo mismo con ellos aun cuando ésta hace ademán de llevarse las manos a la cabeza por sus excesos. Y si no, explíquenme, entonces, para qué sirve ese dichoso cartel reprochando al maltratador que debe sentir vergüenza más por afeminado que por cruel.

Un hombre tumbado de lado le acaricia la vulva y le besa el seno a una mujer tumbada y vista de frente con la cabeza echada para atrás y la espalda arqueada.He leído erotismo femenino escrito por mujeres y no mejora el percal para nada; es igual en el fondo al porno masculino. Es una dominación más suavizada, una conquista edulcorada, pero al final casi todo erotismo androfílico se basa en la misma concepción primordial: El macho irreprimible marca su presa (normalmente hembra, a veces un macho amansado), sus hormonas le nublan el juicio, siente que debe poseerla, la acosa, la atrapa, la conquista, la toma, se le echa encima, ella se resiste, él la empuja, se impone, la posee y finalmente ella «se deja hacer», complacida. Y es que es esto lo que se considera  «erótico» y «atractivo» en el macho, mientras que el punto erótico femenino se halla en la pasividad, que en el erotismo heterosexual básicamente viene a ser en que a la mujer le guste lo que sea que quiera hacerle el macho de turno, o no, según le plazca al mismo. Afrontémoslo, el erotismo heterosexual en particular, y el androfílico en general, es un erotismo de la violación.

Eso sí, no hay personas reales abusadas en el erotismo escrito, aunque sea también violento su contenido – pero eso es de esperar. Abusar de personas reales para sentir placer sexual es de personas sádicas. De personas incapaces de entender el propio deseo sexual sino a través del sadismo. Y es que eso es lo que la sociedad entera quiere de sus machos, a los que luego manda a matar «maricones» en el extranjero – que sean sádicos, sobre todo eso.

¿Hasta cuándo seguimos con este modelo? Si este modelo no cambia, no va a cambiar nunca nada. Lo atractivo de un chico ya no puede ser su «virilidad», ni su «potencia» ni lo atractivo de una chica puede ser ya su «cara bonita» o sus modales de niña pequeña. Digamos que se acabó todo todo. Habría que resignificarlo todo y hacer una ética sexual nueva, desde cero, y le seguiría entonces un erotismo igualitario. ¿Qué es el sexo igualitario? ¿Cómo es? Si las personas se acercan mutuamente como sujetos e iguales, ¿qué surge? ¿Qué queremos si lo que queremos es sexo igualitario?

Quiero que haya otro modelo e imágenes eróticas que promuevan una visión igualitaria de la sexualidad con las que educarnos y de las que beber culturalmente y en las que inspirarnos. Pero de momento sólo hacen cosas centradas en el dolor y el sufrimiento, la degradación o la humillación, y la dominación y sumisión como artefactos eróticos (que en la cultura heterosexual viene a ser casi todo lo que hay, y en la mayor parte de las culturas LGB, que calcan la heterosexual, también). Las igualitarias tendríamos que exponer y desarrollar abiertamente esta alternativa que deseamos, ¿no?

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El significado de queer

Posted by mikiencolor en 9 octubre 2011

En una ocasión me encontraba sentado en el sofá al lado de una pareja. Las dos chicas eran amigas de mi compañero de piso de entonces; ellas se iban del piso cuando yo entraba. Mirábamos la tele y salió un anuncio de esas bebidas sanas tipo Actimel presentado por una tía fornida, de mentón ancho, pelo corto, complexión formidable, semblante serio y mirada penetrante que imponía una autoridad desperdiciada en intentar convencernos de una más que improbable tesis: que su salud y su impresionante musculatura se debieran a su consumo de la bebida de la patrocinadora. «¡Qué asco!», escucho de repente. «Pues sí.», confirma la otra. «¿Por qué?» demando a la pareja. «¡Pues porque parece un hombre!» insiste la primera, y prosigue, «No sé a quién le puede gustar una mujer así.» «Pues a mí me gusta» contesto yo, empezando a cabrearme. Y las dos me lanzan una mirada ojiplática como si allí mismo me acabara de bajar de la nave nodriza. «¿Cómo dices?» me preguntan entre incrédulas y escandalizadas, cejas arqueadas hasta el infinito. «Yo la encuentro muy atractiva» declaro, ya en abierta rebeldía. Se miran la una a la otra hasta satisfacerse de haber comprobado el hecho de mi locura en el espanto cómplice que reflejaban sus propios ojos, y después vuelven a mirarme a mí – al loco. ¿Qué decirle a un loco? Finalmente se atreve una, «Tú eres muy raro.» Yo me callo. No me vuelven a dirigir la palabra en lo que resta de nuestra corta convivencia.

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Sobre la violencia contra los hombres

Posted by mikiencolor en 25 julio 2011

¿Que si quiero que la violencia contra los varones se acabe? Sí. Y también quiero que mis compañeros puedan encariñarse conmigo, abrazarme, que pueda abrazarlos, que pueda cuidarlos y besarlos, sin tener que ser mujer. Que no me miren distinto a como miran a mis compañeras. Que vean dentro de mí el mismo potencial, la misma calidad y la misma integridad, y que vean dentro de ellas los mismos derechos, las mismas capacidades y la misma humanidad. Entonces sí ya podremos hacer progresos para acabar con la violencia y la verdadera ideología de género que nos sume en ella – el machismo.

Es la misma insistencia en la masculinidad – la mitificada «invulnerabilidad» del varón – la que lleva a ridiculizar a los hombres víctimas de la violencia (y vulnerables en general). Se considera en esta sociedad que los hombres nacemos para infligir y sufrir violencia, que es nuestro propósito en la vida, y que es consustancial a nuestra condición aspirar a aguantar la violencia sin rechistar como prueba de lo que mismamente se llama «hombría». No se acepta que el hombre quiera vivir en paz o que considere que no merece recibir violencias de ningún tipo, sino al contrario se azuza para que responda a la violencia con más violencia y se considera que es mejor el que más impone y somete.

Pero el problema de fondo aquí no es otro que la propia masculinidad, que tiene detrás un sistema social totalitario que castiga duramente a aquellos hombres a los que identifica como «débiles» y «afeminados» y premia sobradamente a los que identifica como «fuertes» y «recios». Como resultado, los chicos pacíficos somos violentados, ridiculizados y marginados y los premiados son los psicópatas.

Los anti-feministas sólo hablan de violencia contra los hombres cuando les interesa hacerlo – cuando la agresora es una mujer, para sacar rédito político. Pero la inmensa mayoría de la violencia que sufrimos es de machotes para demostrar su «hombría» – y de esto no hablan, porque ellos mismos tienen su propia «hombría» que también buscan demostrar y no admiten que se critique. Son reaccionarios. El mismo concepto de la «hombría» es sexista.

Si queremos vivir en paz lo que tenemos que hacer está claro, ni más ni menos de lo que han hecho y están haciendo nuestras compañeras: organizarnos y decir BASTA. Enternecernos, compadecernos los unos de los otros, cuidarnos, querernos, rechazar de pleno la masculinidad y decir que se acabó, que ya no queremos ser «guerreros» ni «conquistadores», que lo que queremos es la paz, y que nos dejen en paz. Tenemos que articular nuestro propio derecho a la paz y a la integridad física y tenemos que esperar que habrá personas que no lo respetarán, y nos seguirán violentando largo tiempo – como siguen haciendo a nuestras compañeras los machistas. Claro que nos ridiculizarán y nos llamarán todo tipo de «insultos» misóginos – al igual que hacen también con ellas, porque toda esta rancia ideología que nos define como seres violentos es misógino y machista, y por lo tanto en cuanto nos desviamos de ella nos ven próximos a nuestras compañeras – a las que desdeñan y consideran como inferiores. Ellos se creen que es un insulto que nos relacionen con las mujeres a las que tanto desprecian y son bastantes las filomachistas que creen lo mismo. ¿Y qué?

¿Vamos a esperar a que el rechazo social desaparezca para gritar al mundo que no somos aquello que insisten que somos, que no queremos guerrear con nadie ni invadir a nadie, que nuestros cuerpos también son nuestros y que nos llamen afeminados todo lo que quieran – y a mucha honra lo seremos – pero que nos dejen EN PAZ? Para acabar con el rechazo social primero hay que lidiar con él.  Si no decimos de una vez NO a la masculinización, NO a la exigencia de ser guerreros y soldados, NO a las pretensiones de invulnerabilidad, NO a la insensibilización, y NO al abuso de los niños varones para terrorizarlos y castigarlos hasta que se hagan «machotes», la violencia no acabará nunca, pues todo lo susodicho repercute en la violencia machista a la que somos sometidas tanto varones como mujeres. Tenemos que hacer exactamente lo mismo que han hecho nuestras compañeras, ni más ni menos, y luchar con ellas por un mundo de personas que se reconozcan a sí mismas y se compadezcan y simpaticen unas con otras como tales.

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Reflexiones sobre el machismo

Posted by mikiencolor en 19 noviembre 2010

El motivo y contexto de esta entrada, con la que vuelvo a este blog tras un año de ausencia, son las vomitivas declaraciones de Salvador Sostres en Telemadrid, que pueden consultarse aquí: http://www.publico.es/televisionygente/347110/un-tertuliano-de-telemadrid-se-jacta-ante-ninos-de-sus-gustos-sexuales

Estos machistas egoístas, ¿por qué nunca imaginan ellos a sus hijos varones en esa situación? Porque al santo varón suponen que por derecho divino y terrenal debe eximírsele de tales «indignidades». Hasta intentaron exculpar a un asesino confeso en Galicia cuando el mismo explicó que torturó y asesinó a dos hombres gays por su «miedo insuperable a ser violado» (aun cuando esos «violadores en potencia» no hacían más que dormir).

Y es que la derecha respeta al máximo este «miedo insuperable a ser violado» – cuando lo siente un santo varón, claro. Es entonces cuando claman contra la «degeneración» que está siempre al acecho, y sus seguidoras siguen en tropel creyéndose también «protegidas». Pero para las mujeres, semejante miedo, aun cuando está más que justificado y tiene base racional, es causa de repudio total y no cuenta ni con el más mínimo respeto y menos preocupación, aunque sus «compañeros» conozcan la sensación. Esto es simplemente porque para los machistas, sólo los machos son sujetos y seres humanos plenos. «La mujer» es un objeto, al que se juzga sólo por su utilidad para dichos sujetos. El machismo, pues, es una mentalidad esclavista. Pero también es la misma que la presentadora del programa de Telemadrid puede tener respecto a «los inmigrantes». En la cínica derecha cada cual tiene su saco de boxeo particular, y las hostias se reparten a tutiplén. Luego salen las mujeres y se extrañan de que sean ellas el saco de boxeo de sus «compañeros», luego salen los gays y también, luego salen los peperos andaluces y exclaman, ¿cómo es posible que mis compañeros de partido en Madrid me desprecien y me llamen analfabeto? Mola repartir las hostias a otros grupos, pero cuando le toca a unx, claro, entonces ya no. Por desgracia la derecha se ha quedado en un nivel de «patio de colegio» y de ahí no sale.

Los machistas generan un clima generalizado de depredación, inquietud, paranoia y desprecio que pretende sumir a la mayor parte de la ciudadanía en un estado de asedio permanente, y que esos mismos machistas llaman, pero sólo cuando les toca a ellos sufrirlo, «terrorismo«, y persiguen como delito, pues es algo que no toleran para ellos.

El principio fundamental del machismo es que ellos son más importantes, su experiencia es más importante, por supuesto su libertad es más importante, y cuando hablan de «la» libertad sexual dan por hecho que esta existe solo cuando ELLOS, los sujetos, se sienten libres. Por lo tanto ven absolutamente lógico lo que los demás consideramos irracional, que sus criterios y caprichos arbitrarios se impongan «por sus santos cojones«.

Y es que ya lo dice la Biblia, toda criatura que anda sobre la Tierra fue creada por dios para el disfrute «del hombre». Y la Biblia es muy clara al respecto – las mujeres son como el ganado. No por nada el vocablo inglés «husband«, que significa «marido», se deriva de «husbandry«, que significa «oficio de crianza de animales de granja«. Es decir, el «husband» lo es a la «wife«, su mujer, como lo es también a sus vacas y gallinas y cabras.

A la derecha todo esto le viene de casta, las mujeres simplemente no son sujetos, y por lo tanto carecen de derechos. Sí, hay machistas también dentro de la izquierda, pero es incoherente. Cualquier humanista de medio pelo sabe que una persona, toda persona, es, primeramente, un sujeto (el diccionario da como acepción: «individuo pensante, en oposición a lo pensado u objeto»… justo eso, sí), y por lo tanto tiene el mismo derecho a ser libre que uno mismo o una misma. Para los machistas, sin embargo, las mujeres no son sujetos, sino objetos pensados para ellos cuyos propios anhelos simplemente son inexistentes o irrelevantes.

¿Hablar francamente de sexo? Claro que sí. Seré el primero en hablar francamente de sexo. ¿Imponer el «macho» su sexualidad a la «hembra»? – pues va a ser que no. Eso no es compatible con una sociedad libre. Mi sexualidad es mía, no la debo a nadie, y no debo ni quiero someter a nadie con ella, ni es mi intención constituir con ella una amenaza a nadie, sino, al contrario, que exista pacífica- e independientemente.

Pero en el fondo, para los machistas (y las filomachistas), una sexualidad pacífica es imposible, un oxímoron, porque el sexo es sometimiento, «conquista», humilliación y degradación del varón a la mujer, como nos enseña el mismo concepto de «virgen», de vigencia sólo para ésta. Un pene inocuo es, mismamente, un absurdo para ellos, y una vulva independiente y fuerte, también. Naturalmente, al encontrarse con un grupo de personas que persiguen una sexualidad abierta y pacífica, sin sometimientos, ni conquistas, ni humillación, ni degradación, ni «putas», ni «chulos», exclaman, ¡esto no es sexo! ¡Se quieren cargar el sexo! Son así los machistas.

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Carta al Ministro Celestino Corbacho

Posted by mikiencolor en 28 noviembre 2009

En los próximos días enviaré la siguiente misiva al Ministro de Trabajo e Inmigración con copia al Presidente Zapatero y la Ministra de Economía Elena Salgado. Es, simplemente, una propuesta para el anteproyecto de ley de Economía Sostenible y reza así:

Atn.: Celestino Corbacho Chaves
Ministro de Trabajo e Inmigración
Gobierno de España
C/ Agustín de Bethencourt, 4
28071 MADRID

28 de noviembre de 2009

Estimado señor Ministro:

Le escribo a título personal y como ciudadano. Quisiera saber si, con respecto al anteproyecto de Economía Sostenible, se contemplan medidas para estimular el trabajo en régimen de autónomos. Específicamente, me preocupa que a estas alturas no se plantee una rebaja o la supresión de la tasa mínima (210€ al mes) que deben abonar los autónomos a la Seguridad Social independientemente de los ingresos que perciban por su actividad económica.

Ruego considere el efecto negativo e inhibidor que tiene esta tasa sobre la iniciativa autónoma, sobre todo para aquellas personas de recursos limitados como para hacerle frente. El efecto es que sólo aquellos que se encuentran en una situación económica desahogada se atreven a asumir una tasa que bien podría superar sus ingresos durante sus primeros meses de actividad, aunque a la larga con dicha actividad pudiesen ser perfectamente solventes. Asimismo, los demás, aunque tengan ideas dinamizadoras, innovadoras y/o económicamente viables, se ven ahuyentados. Yo mismo, que soy traductor, me habría hecho autónomo hace tiempo si no fuera por el riesgo que me supone asumir esta tasa en los primeros meses de actividad.

Por todo ello, me gustaría proponer para su consideración y para que, si usted lo estimara oportuno, se lo comunique también a quienes les concierna en el Gobierno como posible medida adicional de la ley de Economía Sostenible, la supresión, durante los primeros dos años desde el alta en el régimen de autónomos, de la tasa mínima que actualmente deben abonar los autónomos a la Seguridad Social, o su sustitución, al menos durante este periodo, por un impuesto progresivo cuya cuantía dependiera de la renta devengada por la actividad económica ejercida.

Con un impuesto progresivo la renuencia a hacerse autónomo sería mucho menor ya que a un impuesto, siendo éste un porcentaje de los ingresos, siempre se puede hacer frente sin entrar en números rojos, pero no así a una tasa que, como digo, con una actividad baja como la que suelen tener los autónomos en los primeros meses del ejercicio de su actividad y desde su alta (máxime con la reducción de demanda y consumo que acarrea la crisis), puede incluso llegar a superar los ingresos que perciben.

Muchas gracias por su atención,

[Yo mismo]

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La mendiga

Posted by mikiencolor en 6 septiembre 2009

Anecdotario madrileño

Madrid es a menudo una ciudad surrealista. Nunca sabes lo que te vas a encontrar cuando sales a la calle. Todavía recuerdo con diáfana claridad cómo, hace ya un año, me bajé al quiosco una mañana a comprar Público y, al llegar a mi destino, me encontré a una anciana discutiendo a voces con el quiosquero. Tampoco es que me interesara mucho así que no les presté atención. Pero cuando cogí el periódico y fui a pagar, la señora se volvió hacia mi y, mirándome como si con Salomón se hubiera cruzado, inquirió «¿Y tú qué opinas?» Me quedé pillado. «Eh… ¿de qué?» Y me lanza ella una pregunta que difícilmente olvidaré pues es la que menos me esperaba: «¿Qué es más importante, fumar o llevar al perro al veterinario?» Por un instante me dejó anonadado. ¿Cómo es que siempre me encuentro en situaciones tan absurdas?, pensé para mí. Pero me lo había puesto muy fácil. El dilema ético que me planteaba la señora era de tan sencilla resolución que ni siquiera me hizo falta pensar. ¡Si ni siquiera soy fumador! ¡Si me encantan los perros! No me costó contestarle enseguidamente, y aun sin salir de mi desconcierto. «Pos… llevar al perro al veterinario.» sentencié con la convicción salomónica que exigía la ocasión. Ella volvió a dirigir la mirada al quiosquero, a quien ya se le dibujaba una expresión de niño regañado en el rostro, y le espetó triunfante «¡Ves! ¡Lo que te he dicho yo!» ‘‘, parecía decir el cabizbajo quisoquero con la mirada, ‘Lo sé. He sido un chico malo. Muy malo.

A veces Madrid, con su sorprendente amalgama de gentes variopintas, puede parecer el mundo al revés. Un día venía del trabajo y me bajaba a Atocha, camino de mi casa. Vi a un mendigo español, como tantos que hay, con un minino chiquitito a su vera para llamar la atención de los transeúntes. Cerca de él, un grupo de tres africanos salía de la estación. Iban bien vestidos y tenían pinta de ricos. El español se arrimó a uno y le pidió unas monedas y éste le devolvió la mirada, y por un momento se lo quedó mirando indeciso. Entonces pareció enternecerse. Hurgó un poco en su bolsillo y le dio unas monedas al mendigo. «Dios te bendiga.» Viví muchos años en Nueva York y aun así hay muchas cosas en esta vida que sólo he visto en Madrid. Una de ellas es a un africano subsahariano dar limosna a un mendigo europeo. Me sorprendí, pero no mucho.

Pero nada pudo prepararme para lo que encontré en Atocha pocas semanas después. Era hora punta. Me bajé a la estación por la misma rampa, pasando al lado del mismo mendigo con su gatito. Cuando llegué a la entrada de la estación, inmerso en las incesantes corrientes de personas indiferentes a todo lo ajeno a su ir y venir, por un casual me topé con una isla inmóvil en medio de la marabunta. Otra mendiga. Era una mujer madura y esmirriada de tez blanquísima, con su pelo cano recogido en una coleta y la mirada perdida.  Supuse que sería de un país del Este. Pero entonces abrió la boca. «Una moneda pa comer.» suplicó a la impertérrita avalancha humana que la sorteaba como si de una baliza se tratara. Me paré en seco, convirtiéndome brevemente en otra isla más, flanqueada por las corrientes. Casi me tropiezo y me caigo. Escuché de nuevo, esta vez con más atención. Y volvió a repetirse. «Una moneda pa comer.»

No cabía duda. Reconozco ese acento a leguas. No era del Este como había pensado. Era anglosajona. Probablemente estadounidense. Había visto antes a músicos callejeros estadounidenses sin reparar mucho en ello. En esta ciudad hay de todo. Pero nunca antes había encontrado a un mendigo estadounidense en las calles de Madrid. Menuda se ha liado con esta crisis, pensé. Me sentía en conflicto conmigo mismo. Vale es estadounidense, pensó parte de mí. ¿Te habrías parado si le hubieras notado un acento ruso? Madrid está lleno de gente de todo el mundo, y por lo tanto lleno de mendigos de todo el mundo. Ella no es especial. Pero no pude evitar preguntarme por el sino que la habría llevado a mendigar en esta colosal estación ferroviaria en el sur de Madrid capital.  ¿Era refugiada sanitaria? ¿No se iba la mayoría a Canadá? ¿Maltratada? ¿Se quedó sin nada por la crisis? ¿Trastornada? ¿Una combinación, quizás?

Me adentré nuevamente en la estación, reincorporado al flujo de gente y absorto en mis pensamientos. La voz de la mendiga yanqui seguía sonando una y otra vez en mi cabeza. Entonces me di de bruces con un par de abuelas typical Spanish. Eran tan recias, a decir verdad, que fue como chocar contra el tronco de un árbol. No sólo no me las llevé por delante sino que por poco me dejan tumbado en el suelo a mí. Aun así la falta era mía, que no había mirado por dónde iba, y me miraron expectantes. «Ay, perdonen.» dije cuando me hube cerciorado de que no iba a besar el suelo y me sonrieron satisfechas. «Nada, joven.» Pasé por el torniquete (en realidad ahora son dos puertecitas automáticas), me bajé al andén y me subí al tren que me correspondía.

«¡Cómo se nota que el gobierno sí invierte en Madrid!» me comentó indignada alguna vez la madre de mi compañera (catalana). «Qué diferencia. Estos trenes nuevos no circulan en Barcelona.» «Bueno» respondí escéptico, «los trenes más antiguos también circulan en Madrid, sólo que no en esta línea.» Pero no hubo forma de convencerla. «He viajado en varias líneas y no he visto ni un tren viejo.» Los trenes «viejos» a los que se refería tampoco es que vayan mal. El caso es que, aunque los españoles no se lo crean, el sistema ferroviario español es de los mejores del mundo. Los italianos se maravillan cuando nos visitan y hasta los británicos más chovinistas se deshacen en elogios de los ferrocarriles españoles. Sólo los que vivimos aquí nos permitimos el lujo de quejarnos de los trenes. Y de todo.

El caso es que me sentía desconcertado. España no es un país rico para ser de Europa, y tiene graves problemas económicos (el mileurismo, la dependencia del ladrillo y el turismo, el caciquismo, el choriceo y un largo etcétera). Pero se puede tener una buena calidad de vida. Algunos venimos a Madrid y, bueno… Ahí estamos. No nos va tan mal. Viajamos a casita en los trenes nuevos. Otros vienen y no les sale tan bien. Y ahí se quedaron. Algunos en Atocha.

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Momento de entrega

Posted by mikiencolor en 2 septiembre 2009

Sentados, encarados, piernas entrecruzadas, ella la toma entre sus dedos y se le acaba de endurecer en la mano. Miran encandiladas sus cada vez más próximos genitales y de pronto suspiran, sobrecogidas por la repentina punzada de placer que les recorre las entrepiernas cuando ella arrastra lentamente el pene erecto entre los cálidos labios de su vulva. Según se envuelve en este afectuoso ósculo vulvar, el pene de él se cubre de una estela de humedad espesa que acaba por empaparlo del todo. Sale reluciente de la vulva de ella y el olor a sus sexos mojados impregna el aire. Vuelven la mirada hacia arriba y se miran a la cara admirados. Ojos grandes como platos, bocas abiertas y suspirantes, se lanzan exaltadas, se enzarzan a besos urgentes, insistentes, mientras, desbordadas por unas ansias rayanas a la desesperación, se acarician las mejillas con cariño frenético. Los cuerpos se juntan, las ingles se baten y el placer les viene en oleajes que les roban el aliento.

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